jueves, 3 de marzo de 2011

Del Amor y otros Cataclismos



¿No les ha pasado que un día se levantan pensando en sendas dudas existenciales? Pues hoy así desperté, reflexionando sobre la vida amorosa de Schopenahuer, cuáles eran sus tácticas de ligue, cuál era su posición sexual favorita, les escribiría tiernos poemas, cuántas mujeres lo rechazaron, a cuántas les lloró. Debieron ser muchas para dedicarse a esa actividad de eunucos que es la filosofía… una profunda tristeza me acompañó durante el resto de mi jornada.

Dentro de esas cavilaciones melancólicas llegué a la conclusión de que soy un fracasado en el amor y  además, un necio. De haber comprendido la primera señal de lo que sería una constante en mi fatídica vida amorosa, quizá me hubiera evitado tantos quebrantos, y es que a los 5 años Teresa, la muy jija de la chingada, en pago a mis afectos, me rompería la cabeza con el tupperware donde le ponían su agua de limón. Claro que tal vez el andar molestándola no sea la mejor estrategia de seducción, pero ¿qué más puede hacer un párvulo de 5 años?

Lo bueno es que el destino le cobraría caro el descalabro que me hizo, recientemente la vi, y ella me vio, y yo me hice el que no la vi… pobre, es la viva imagen de Vitola, pero en feo… ahora si me quisiera para un domingo.

Tuve en la primaria otro de esos amores violentos: una chica que había reprobado como 3 años y la alcancé en tercer grado. Era en volumen fácilmente el doble que yo… pues bien, ella me amaba y me lo demostraba jalándome el cabello, golpeándome y arrastrándome por el patio de la escuela. Lloré mucho por ella, y no podría ser de otra manera, Aurora, Aurora, Aurora… vas y chingas a tu madre por todo el daño perpetrado a mi frágil físico.

En secundaria, Ya con unos cuantos pelos en los huevos, me enamoré profundamente de Azucena, era su mejor amigo y la veía besándose con su novio de toda la secundaria, deseando en lo profundo, ser yo el que la estrujaba y ensalivaba. A ella le dedique mis primeras chaquetitas. ¡Éjele! La vida también le haría pagar sus desaires para conmigo, igual me la encontré recientemente, igual me hice el que no la vi, pero me gritó y me alcanzó cuando atravesaba un jardín, me saludó de manera por demás entusiasta y me pidió mi teléfono y me dio el suyo y correo electrónico y que a ver cuando íbamos a cenar y platicar y la chingada. Estaré loco, mendiga vieja gorda… supe en ese instante que me había perdido para siempre.

Pina, en la prepa me acosaba. Caminaba por los pasillos de la escuela pensando en las etimologías cuando me cerró el paso y me preguntó mi nombre. Ella vestía de manera muy estrafalaria, y me daba pena que me vieran a su lado, pero tenía buen piernón. Nuestras pláticas en la escuela se limitaban a hola cómo estás, yo volteaba alrededor para ver si no había un conocido cerca, y entonces le decía que se me hacía tarde para ir a clase y huía. Hasta que un día me invito a una fiesta… pero no hubo tal, me llevó a su casa, estaba sola y se bajó los calzones… nunca he visto una panocha tan peluda, ni pedo, había perdido toda mi inocencia.

En la Universidad la María me ponía febril, tenía un cuerpo espectacular, aunque la verdad sea dicha, un rostro no tan agraciado. Siempre fui un jodido y mendigaba la comida, ese día estaba especialmente hambreado, así que ella estaba en una mesa de la cafetería y comía sus papas a la francesa, llegué a su lado, me senté, me comí algunas de sus papas mientras ella me miraba estupefacta… me chupe los dedos y le dije que no estaban buenas y me fui. La había cautivado.

Al otro día me vio fuera del salón y se acercó a mí, yo estaba recargado a la pared terminándome un Raleight. Llevaba una blusa vulgar pero erótica como la chingada, negra, con emblemático escote disimulado por un velo transparente que invitaba a ejercer la mínima imaginación, y ¡qué tetas! Simulaban el paraíso;  un pantalón bastante embarrado, tenía el mejor culo del campus. Se presentó y me reclamó sus papas y a medida que seguía hablando, se iba acercando más y más hasta sentir su aliento en mi rostro y pude percatarme que estaba igual media bizca, y también su nivel de cercanía era directamente proporcional a la erección que dichosamente sufría y que tuve que disimular flexionando mi pierna izquierda y apoyando la planta del tenis en la pared.  Al final, se despidió diciéndome de manera misteriosa que era una lástima no habernos conocido antes. Esa noche tuve sueños cachondos con ella, en donde le arrimaba la riata frente a la clase de matemáticas… desperté calientísimo. Llegué a la escuela con el corazón palpitante y los espermas alborotados y la busqué… y no la encontré y al otro día igual, y al otro y al otro… se había ido, dejándome con un horrible dolor de huevos. Culera.

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